lunes, 2 de noviembre de 2009

«Goodglenberg» (III) (2.11.2009/18)


¿I feel goodgle?

¿Cómo nos sentimos, inmersos en la nueva era digital? ¿Estamos preparados para tantas analogías digitales, tan rápidas, tan mutantes, tan ajenamente nuestras? Pensemos juntos, porque la decisión nos incluye y nos influye. Mucho. Muchísimo más de los que muchos imaginan.

¿Cómo se siente usted frente a la posibilidad real de una Biblioteca Mundial Virtual en manos de un Big Brother? Casi todos necesitamos de una hermano mayor que nos guíe, pero ¿casi todos necesitamos que casi todo sea manejado por él?

¿Podríamos casi todos lograr que él no se adueñe del patrimonio de todos? ¿EsGoogle Books nuestro enemigo, nuestro aliado?

¿Quién es quién en el mapa del futuro digital?

Riesgos, ventajas, peligros, potencialidades… El punto de conflicto es quién lo haga y con qué objetivos. Hay una realidad indiscutible: para emprender tamaño desafío se debe disponer de dos cosas, la primera es muchísimo dinero, la segunda consiste en la voluntad de llevarlo a cabo sabiendo los riesgos de todo tipo que puede acarrear, además de los innegables aspectos positivos.

Ahora, si esa voluntad se rige por la ética y acepta todos y cada uno de los derechos de autores, editores y demás aspectos legales, ¿cuál sería el verdadero problema? El riesgo de un monopolio no es menos cierto que la posibilidad de una democratización en el acceso a la cultura universal, hoy imposible para tres cuartas partes de la humanidad.

¿Imperialismo 3.0?

¿Estaremos ante un caso de Imperialismo, pero «3.0»? Ese punto es neurálgico en la gran discusión en torno a Google Books, porque muchos analistas tienden a simplificarlo, otro a complejizarlo y una tercera vía promueve su politización.

Google Books tiene una «política de empresa», claro, como toda gran empresa. Pero de lo que se trata es de una nueva clase de capitalismo, innovador, que marca e impone tendencias, pero que también puede ser un gran aporte en el plano cultural.

El «Capitalismo 3.0» —al igual que el capitalismo de toda la vida— no tiene banderas y responde a lógicas e imperativos que tienen más que ver con los números que con las letras. Debemos permanecer atentos, pero sin mezclar (tanto) «cultura política» con «política cultural».

¿Pseudomecenas virtual del Tercer Mundo?

Si Google Books logra que un estudiante de un pueblo perdido de Marruecos, Chiapas o Tierra del Fuego pueda disfrutar —desde su casa, su colegio o la biblioteca popular de su barrio— de una visita virtual al Museo del Louvre, de hojear las páginas de la versión original del Quijote, de acceder a información, conocimientos, datos históricos, literarios, políticos o geográficos, entonces, la disyuntiva indudablemente adquiere otros matices, porque hoy por hoy esos chicos no tienen acceso a infinidad de herramientas a las que el Primer Mundo ya está habituado, porque además puede acceder a ellos por otras vías alternativas a Internet.

Ese ingente corpus de información, datos y conocimiento —bien usados, claro— puede resultar determinante sobre todo para fines educativos en países del Tercer Mundo, en el que los libros siguen resultando un bien suntuario.

¿Gran oportunista real del Primer Mundo?

Poniendo en la balanza los múltiples sus complejos aspectos, la balanza se inclina hacia otorgar a Google Books el beneficio de la duda, obligándolos contractualmente a respetar todos y cada uno de los aspectos legales nacionales e internacionales de cada caso, debiendo acordar con gobiernos, instituciones y particulares los derechos de copyright para cada caso.

De hacerse así, creo que no solo redundaría en beneficio de los menos favorecidos, sino que permitiría a autores y creadores mayor difusión y el cobro de derechos que hoy por hoy muchos de ellos no perciben, por uno u otro motivo, por las vías tradicionales.

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