jueves, 5 de noviembre de 2009

«Doble clíctoris» (6.11.2009/19)

Clic clic. Clic clic. Arriba, abajo, derecha, izquier… La Tierra tiene movimientos de rotación, el mouse se mueve por frotación. Pasamos todo el santo día manoseándolo y dándole órdenes, mientras lo arrastramos sobre una alfombra sucia.

¿Cuántos metros recorre tu mouse por día? ¿O ya son kilómetros? Seguramente habrá días en los que él camina más que vos. Si es así, habrá que replantearse ciertos hábitos…

La verdad del pobre mouse es que tiene una vida útil poco envidiable, amén de que está «atado» a la PC con un cordón umbilical relleno de cables. Casi un ratón de laboratorio.

Pero el mouse, no nos engañemos, también sirve para «hacernos los ratones». Tanto manosearle el lomo —aunque sea de plástico— termina por desatar pasiones digitales en tu mano cansada de tanto clicar y clicar mientras miramos una pantalla, entre hiperconcentrados y hastiados.

Hay una teoría que asegura que el doble clic es un viaje de ida, porque se trata de una adicción de la que no se sale fácilmente. Prueben una semanita sin hacer un solo doble clic al ratón.

Y tanto clic no puede acabar sino con doble clíctoris. Tanta franeleo con el mouse, tanto hacernos los ratones acaba por crearnos malos hábitos en nuestra clicante mano derecha, que antes se usaba para otras analogías digitales.

La peor parte la lleva el dedo índice, que es el que estimula la cosa, que clica miles de veces hasta que el clíctoris da señales inequívocas de que si le seguimos dando doble clic a ese ritmo…

Luego de todo un día de manosear el ajeno mouse del trabajo, en casa hacemos una última —y privada— sesión de espasmódicas series de rítmicos dobles clíctoris, ahora ya con nuestro mouse sobre la alfombra, la mano ya más relajada sobre el indefenso ratón y nuestro índice turbando el silencio de la noche.

Que vida útil de ratas, que monotonía la del mouse. Se oye un último clic. No es doble, porque es el de la luz.

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