miércoles, 14 de octubre de 2009

«Sojware» (14.10.09/12)

¿Qué modelo de país queremos? ¿Queremos un modelo de país? ¿Queremos un país de modelos?

En los años noventa, algunos países decidieron subirse al tren digital y potenciar al máximo sus recursos humanos naturales, su materia gris, su potencial intelectual, su cultura emprendedora, todo eso que hay a raudales en Argentina.

El ejemplo paradigmático es Irlanda, que en apenas dos décadas se ha convertido en uno de los mayores exportadores de bienes y servicios relacionados con el software. ¿Cómo lo hicieron? Hubo una política orientada a potenciar el sector, entre otras medidas no cobrar impuestos sobre regalías de bienes con copyright.

Seguramente dirán que Irlanda es un ejemplo equivocado para compararlo con nosotros, porque es un país europeo. Tal vez tengan razón. Pongamos otro: India. No solo no es europeo, sino que es más pobre que Argentina, con un nivel educativo sensiblemente más bajo.

El gobierno indio ha incentivado de varias maneras al sector del software, inexistente hace veinte años, financiando los Software Technology Parks (STPs), que crean empleo calificado pero —sobre todo— generan valor agregado e instalación de empresas extranjeras del sector, que a su vez atraen inversión directa e indirecta de capitales nacionales y extranjeros.

Argentina tiene un capital humano excepcional, un nivel educativo que —a pesar de los tremendos embates de las sucesivas crisis— sigue siendo referencia al menos en América Latina. Y tiene una legión de excelentes profesionales y estudiantes universitarios con buen nivel cultural y académico…

¿Qué falta? Creo que solo falta una cosa, en apariencia la más fácil, pero en la realidad argentina la más compleja: voluntad política. Mientras Irlanda, India y otros países del Primer y Tercer Mundo desarrollan software, nosotros apostamos buena parte de nuestros esfuerzos políticos y económicos en sembrar la semilla del sojware. Que, además, ha sido y sobre todo será la de la discordia.

Lo peor es que el sojware se multiplicó como la peste. Mejor dicho lo multiplicaron las multinacionales aliadas con gobiernos capicúas. Pero el efecto derrame de los beneficios del sojware todavía no llegó a la mayoría de la gente, simplemente porque nunca llegará. ¿Será que plantar sojware patentado por otros fue el mayor error de nuestros últimos veinte años como estrategia nacional?

Somos raros. Tenemos la semilla genética para convertirnos en productores mundiales de software de calidad y posicionarnos para empezar a figurar en el nuevo mapa digital mundial de lo que se viene, pero optamos por seguir sembrando la semillita que nos imponen, que nos condena a seguir siendo por los siglos de los siglos «el granero del mundo».

Hace medio siglo, decir que éramos «el granero del mundo» era un valor, pero ahora, pasada una década ya inmersos en el siglo XXI, decirlo es un disvalor, porque lo que genera progreso, puestos de trabajo calificado, valor añadido, reconocimiento internacional, derechos de uso, copia, distribución, impresión e infinitos y nacientes etcéteras es el software, no el sojware.

El software tiene una «©», que podría ser «Made in Argentina» al menos en parte. El sojware, en cambio, ya tiene una «®» en la que no figuramos, porque ya fue creado por otros, que nos obligan a pagar un desgarrador «peaje» en nuestra propia tierra, simplemente para usar esa patente que lo único que siembra es retraso, involución y dependencia.

Los argentinos nos merecemos —por historia, cultura y destino histórico— un país en el que prime el software por sobre el sojware. Somos capaces de producir nuestro propio «copyright», nuestra propia «marca registrada» y nuestro propio destino.

Exijamos a nuestros representantes justamente que nos representen, haciendo uso de las herramientas democráticas que nos permitan plasmar nuestra vocación y capacidad creadora en el modelo de país que nos merecemos. Y que nos representa.

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