lunes, 26 de octubre de 2009

«Gootenberg» (II) (26.10.2009/16)

Normandía D(igital)

Los cerebros de Google lo saben no solo mejor que nadie, sino antes que nadie: lograr un desembarco digital masivo en las costas de las grandes bibliotecas europeas y estadounidenses le otorgaría una posición de privilegio que catapultaría aún más a Google al Olimpo de Dios no ya «2.0» sino «3.0», sinónimo del mundo digital de la próxima década, que verá la definitiva irrupción de las webs semánticas.

Controlar un mercado así, prácticamente virgen,  en el que sin lugar a dudas florecerán pingües y nuevos negocios y nichos de mercado, es un sueño demasiado grande aún para Google.

En éste final de la primera década del siglo xxi, sin duda asistimos —que no asentimos— a la batalla más trascendental de la guerra digital cuyo ganador presidirá el Tratado de Websalles.

Riesgos, ventajas, peligros, potencialidades

El punto de conflicto es quién lo haga y con qué objetivos. Hay una realidad indiscutible: para emprender tamaño desafío se debe disponer de dos cosas, la primera es muchísimo dinero, la segunda consiste en la voluntad de llevarlo a cabo sabiendo los riesgos de todo tipo que puede acarrear, además de los innegables aspectos positivos.

Ahora, si esa voluntad se rige por la ética y acepta todos y cada uno de los derechos de autores, editores y demás aspectos legales, ¿cuál sería el verdadero problema? El riesgo de un monopolio no es menos cierto que la posibilidad de una democratización en el acceso a la cultura universal, hoy imposible para tres cuartas partes de la humanidad.

ADNorteamericano

El hecho de que Google haya nacido en California nos da mucho miedo. Me incluyo. Darle luz verde a un mastodóntico y tal vez irreversible monopolio no es broma. Sospechar que detrás pueden mover hilos el Gobierno de EE.UU. y la CIA puede ser una exageración, pero lo cierto es que muchos de nosotros lo hemos pensado basándonos en el currículum de Estados Unidos.

Esa suma de realidades, posibilidades, potencialidades y paranoias es cierta, en la medida en que representa buena parte del pensamiento de las clases medias, a la que un servidor pertenece.

¿Existen alternativas válidas?

Tal vez podríamos detener a Google uniéndonos, pero ellos lo que hacen es adelantarse a sus competidores en algo que es casi una necesidad, han visto una veta que —además de brindar un servicio— puede ser un pingüe negocio, y no olvidemos que Google no es una ONG, sino una empresa cuyo objetivo es crear valor y ponerle un precio. Y está bien que así sea, hemos de reconocerlo.

Google Books pretende ser el primero en hacer lo que más temprano que tarde hará otra empresa, estadounidense o no, sencillamente porque ese es el paso lógico que sigue en la gradual e irrevocable inmersión en el mundo digital a la que está llamada la humanidad en el presente y joven siglo xxi.

Negar ese flujo imparable es negar el cambio de paradigma que ya se produce hace dos décadas, hace varios años que es un hecho que la migración de lo analógico a lo digital es un proceso gradual inexorable al que nadie escapa, esté o no de acuerdo con él.

Ética digital

Sus detractores levantan barreras jurídicas, legales, culturales y políticas. Sin embargo, podríamos resumir todo en razones económicas, que engloban a todas las demás. Lo determinante es obligar a Google Books —o cualquier otra empresa que pretenda hacer lo propio— a respetar a rajatabla todos los derechos de autor para que la futura «Biblioteca Digital Mundial» sea digna de sus contenidos, respetando al mismo tiempo a sus creadores, artistas y trabajadores. Pero no cometamos el error de demonizarla solo por su apariencia, sino que debemos analizar detenidamente qué implicaciones individuales y sociales conlleva tamaña aspiración.

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