Llegamos a Praga un 21 de marzo. Día de la
Primavera, frío kafkiano. No te
calaba los huesos, iba directamente a la médula ósea. Ciudad de ensueño conservada
a 20 grados bajo cero. Una sola manera de sacarnos del freezer: alcohol, lo más
puro posible. Conseguimos una petaca de ron malísimo. Nunca en nuestra vida
tomamos tanto, ni tan desaforadamente, ni con tanto placer. Dábamos asco, escuchando
nuestro propio glúglú y sintiendo el incendio interior como una
salvación. Aquella noche entendimos a
todos los borrachines de la República Checa.
miércoles, 22 de agosto de 2012
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