miércoles, 10 de febrero de 2010

«Twitteratura» (11.2.2010/41)

—¿Dónde queda ese Twitter, nene?

—¿Qué?

—¿Qué es ese Twitter?

—¡Qué buena pregunta, abuela! A ver si soy capaz de explicártelo…

—Es una especie de telegrama por computadora, digamos.

—¿Eh?

—Sí, algo así. Podés escribir un máximo de 140 caracteres…

—¿Caract… qué?

—Caracteres. Palabras, abuela.

—¿140 palabras?

—No, palabras no. Palabras deben ser más o menos veinte.

—¿Y es para ahorrar electricidad de la computadora eso así tan corto?

—Ja ja. No, es… ¿cómo explicarte?

—¡Como un telegrama pero más rápido!

—No, es muy diferente.

—¿Porqué?

—Porque antes, cuando mandabas un telegrama, era porque tenías algo importante para decirle a alguien. A alguien que conocías, además.

—¿Y con esa cosa qué se dicen ustedes entonces?

—Generalmente, pavadas.

—¿Y vos lo usás mucho a ese aparato?

—No.

—Ah, qué alivio.

—No, digo que no es una aparato abuela. Es algo virtual, que no existe, no se puede tocar…

—Qué rara que es la juventud, nene. Me preocupás vos.

—Rarísimos somos, sí.

—Todavía sigo sin entender qué es el bendito Twitter.

—Es que la culpa es mía, porque no sé explicártelo.

—¿Porque soy ignorante?

—Nooo. Es que yo mismo no sé a ciencia cierta para qué sirve realmente el Twitter.

—¿O sea que vos usás algo sin saber qué es ni para qué te sirve a vos?

—Psss. Mirá, abuela, ahora que lo pienso un poco, es verdad, sí. No sé.

—Yo lo veo para zonzos. Porque si te gusta escribir no alcanzás a decir nada, ¿no?

—Sí, tenés razón.

—¿Y lo usa mucha gente?

—¡Pufff! ¡Está de moda!

—¿Ah, está de moda decirse veinte palabras?

—Nooo, bueno… Sí.

—¿Sí o no?

—Sí. Los que lo usan, y saben porqué y para qué lo usan, dicen que es genial.

—¿Y quiénes lo usan?

—¡Ni idea!

—Qué raro estás desde que usás esas cosas…

—Debe usarlo gente importante, supongo.

—O gente aburrida.

—Sí, sobre todo gente aburrida.

—¿Vos estás tan aburrido entonces?

—No, yo no. Creo. No creo. Digo yo.

—¿Creés que no estás aburrido o no crees que sea gente aburrida esa?

—Me aburre que me acribilles así a preguntas, eso es lo que me aburre…

—¿Pero entonces vos a quién le mandás esas pavadas, a tus amigos?

—Y… a gente de todo el mundo, depende…

—¿Ehhh? ¿De todo el mundo? ¿Depende? ¿Tenés amigos en otros países? 

—No, son gente que conozco por Internet…

—¿Por la máquina esa?

—Sí.

—Je je. O sea que en realidad no conocés a esa gente. Te escriben veinte palabras querés decir.

—Bueno, algo así. Te mandás fotos, música, cosas que te gustan.

—¿Fotos de ellos?

—Claro.

—¿Y cómo sabés que el que te manda la foto es el de la foto?

—Abuela, ¡me sacás de mis casillas, no entendés nada!

—¿Es o no es el de la foto el que te escribe?

—Ni idea. Yo creo que sí, pero no sé si será verdad.

—Macanudo. Veo que la tenés clarísima, como decís vos.

—La cosa es que conozco a gente de todo el mundo.

—¿Y qué les decís en veinte palabras a personas de todo el mundo que no conocés?

—Les cuento lo que estoy haciendo.

—¿A gente que no conocés le contás eso? No entiendo.

—Yo tampoco entiendo mucho para qué.

—¿Y esa gente no trabaja, igual que vos?

—Qué se yo, me estás haciendo sentir un estúpido con esas preguntas.

—¿Te estoy haciendo sentir yo?

—Perdoname. Tratando de explicarte todo esto me doy cuenta de cosas en las que nunca me había puesto a pensar.

—Mirá vos. Eso es bueno. Es la primera frase coherente que decís.

—Voy a pensar para qué uso el Twitter y otro día te respondo mejor.

—Debe ser lindo ese aparato si sabés usarlo, sí.

—No sé. Pero no es un aparato te dije, che.

—Lo que sea, no sabés explicarme ni siquiera qué es entonces.

—Es algo para escribirse con gente, saber cómo están, dónde están, qué hacen,  ¿entendés?

—¡Ilusa de mí! Yo estaba convencida de que hacían cosas complicadísimas escribiendo en esas teclas, mirando ese televisorcito con cara de zombis…

—Me voy a twittear a mis amigos para que me expliquen tanta duda insistencial.

—Andá, querido, andá.

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