Tres de la madrugada. La noche se duerme sobre sí misma, pero el tenaz reloj no me deja dormir sobre sus dos brazos desiguales, maldito sea. Sigue sumando y avanzando. Nunca se marea ni se harta de su monótona música. El paso y el peso del tiempo me alivianan y me alivian, siento que un exuberante desierto me aflora por todos lados.
Me da la falsa impresión de que la vida pasa y yo quedo inmóvil, estaqueado en un rincón, en un limbo ajeno al tiempo. Pero me equivoco. El que pasa soy yo, y ella la que permanece.
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